lunes, 30 de agosto de 2010

El cono de Pepita

La Colifata emitiendo mientras la ciudad duerme...
Hoy quiero contaros otra historia real como la vida misma...

Pepita es una alumna aventajada de pintura. Ha terminado, por encargo de la casa regional de Kansas, un cuadro de un paisaje lleno de cactus. Estaban situados en perspectiva y había uno enorme en primer plano.
Pero la especialidad de Pepita son los bodegones. Tienen algo especial. Los pinta llenos de magia. A mí me gustan mucho, aunque noto siempre en ellos algo extraño, algo que no acierto a comprender. Los miro, se los veo pintar, admiro su destreza y dominio, me quedo pasmada viendo cómo surgen los diversos objetos y su modificación de la forma... Pero hay algo que no entiendo.
Un día, cuando ya la confianza fue creciendo, le confesé la extrañeza que me producían y le pregunté por su pintura.
Pepita me miró y me reveló el secreto de aquellos dibujos y pinturas inertes, pero prodigiosos.
Pepita trabaja en Sanidad (por un sorprendente pudor en mi historia reciente, no daré más detalles). Era consciente de que tenía un problema con su suelo pélvico, debilitado y dañado tras los diversos embarazos y partos. Tenía que buscar una terapia adecuada que lo fortaleciera. Enseguida supo de los conos terapéuticos, una compañera le contó excelencias. Compró una caja de dichos conos en la farmacia, fue a su casa y la abrió: había varios conos de distinto peso. Leyó las instrucciones que eran muy claras: USO PROGRESIVO. Empezar por el nº1, instalar y no dejar pasar más de 15 minutos. Repetir por la noche. Al cabo de una semana pasar al siguiente peso y repetir la misma operación etc. En un mes notaría considerables mejoras en su maltrecho suelo pélvico.
Restó importancia a las instrucciones. Buscaba resultados rápidos y se saltó los pesos más ligeros. Tomó un peso mediano y lo instaló. Y qué caramba, como se sentía bien, muy bien, estupendamente, decidió ir a la librería París a comprar libros de bodegones. De modo que subió a su coche (vive en una urbanización próxima) y se fue a Valencia. Durante el trayecto cantó alegres canciones y una versión de Juanita Banana bastante electrizante.
Cuando bajo del coche notó una sensación distinta, desagradable. Anduvo hasta la librería mientras que la molestia iba en aumento. Ya dentro vio un libro que no conocía. Era de Kandinsky: De lo espiritual en el arte. Pero no lo pudo ni hojear. Algo bullía dentro de ella, se doblaba, se retorcía, ponía sus manos en las entrañas. Tenía que hacer algo urgentemente porque el dolor era ya insoportable. Se le ocurrió buscar un hueco donde esconderse y quitarse la maldita prótesis. Pensó en la sección de autoayuda, pero no había espacio. Se dirigió a los esotéricos, pero tampoco. Entonces advirtió que, como llevaba pantalones, ni siquiera la sección de grandes enciclopedias le habría bastado.
Todo le empezó a dar vueltas. Lo último que recuerda es un montón de gente a su alrededor y una ambulancia que la llevó hasta el hospital. Allí la tuvieron una noche en observación, para humillación suya, tal era el regodeo del personal médico, alguno de los cuales era conocido.
A la mañana siguiente fue dada de alta (con más recochineo) y se fue a su casa. Pero no le abandonaba la idea de comprar el libro de Kandinsky. Por supuesto nunca más iría a la misma librería. Compró en otra el libro y empezó una infatigable tarea de lectura, de conversaciones con expertos y largas y solitarias meditaciones.
Como consecuencia de todo ello fue experimentando una prodigiosa evolución artística. Fue dibujando unas formas cada vez más geométricas a las que insertaba un cono. A veces bien a la vista: el vaso, la jarra, el jarrón y un cono; o el frutero, dos o tres manzanas, una pera y un cono. Otras camufladas: p.e. cuando pintaba uvas (le encantaba pintar uvas) insertaba el cono como racimo. Es ya su seña de identidad.
-- Antes mis bodegones estaban cargados de pintura, las pinceladas gruesas, cargadas de pasta. Pintaba las formas como eran, trataban de ser fiel reflejo de la realidad.
Pepita despoja ahora su pintura de toda carga matérica posible. Sus pinceladas están apenas trazadas, están sueltas, deshechas. Las formas geométricas otorgan a sus bodegones una carga de espiritualidad imposible antes del accidente.
Pepita ha encontrado su camino en el mundo del arte. También ha aprendido a ser más prudente en la práctica de terapias y, sobre todo, a no saltarse las reglas.

Y ahora dedicamos a la pintora que encontró su camino la canción: Espinita by Celia Cruz.

PS: Queridos, que la noche es canalla lo dice hasta Lope de Vega. Quienes no me crean que consulten el blog de Carlos en la sección "Poema de la semana".

Un abrazo para todos.

tp://www.youtube.com/watch?v=NqlfHcm5a4E

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