jueves, 18 de agosto de 2011

Julio Cortázar: Después del almuerzo



Julio Cortázar


Dos inquietantes cuentos estrechamente vinculados: el de Katherine Anne Porter y el de Cortázar, muy buenos ambos y con la tentación por medio. 

Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de paseo
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se queda un poco atrás con las dos manos juntas, y yo le veo el pelo gris que le cae sobre la frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más y yo empecé a vestirme, con el único consuelo de que iba a estrenar unos zapatos amarillos que brillaban y brillaban.
Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación dijo que podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde siempre le gusta meterse por la tarde. Tía Encarnación debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por tener que salir con él, porque me pasó la mano por la cabeza y después se agachó y me dio un beso en la frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo.
-Para que te compres alguna cosa -me dijo al oído-. Y no te olvides de darle un poco, es preferible.


viernes, 12 de agosto de 2011

Katherine Anne Porter: Él


Katherine Anne Porter












De todos los cuentistas, una de las grandes. En España poco conocida hasta hace unos años cuando, primero Lumen y después DeBolsillo, editaron sus cuentos. Para gozar con su lectura. He elegido este cuento, "Él", no sólo por su calidad sino también por la estrecha relación que guarda con otro de Cortázar, "Después del almuerzo".

La vida de los Whipples era dura. Resultaba difícil alimentar tantas bocas hambrientas; difícil vestir a los niños con ropas abrigadas durante el invierno, aunque éste durara poco. “Dios sabe lo que hubiéramos sido de habernos quedado en el norte”, pensaban frecuentemente. En verdad, era complicado mantener a los muchachos decentes y limpios.
—Parece que la suerte nunca nos favorece— decía el señor Whipple, pero la señora Whipple recordaba la estoica idea de aceptar como bueno lo que se les presentara, al menos cuando los vecinos escuchaban.
—No permitamos que nadie nos oiga quejarnos —pedía a su marido, detestando pensar que alguien le tuviera lástima—. No, ni aunque tuviéramos que vivir en un vagón recogiendo algodón por todo el país, nadie tendría oportunidad de mirarnos feo.
La señora Whipple amaba a su segundo hijo, el retardado, mucho más que a los otros dos hijos juntos. Lo comentaba siempre, y al hablar con sus vecinos comparaba el amor por su hijo con el que sentía por su marido y por su madre.
No necesitas decírselo a todo el mundo —repetía el señor Whipple—. Parece que sólo tú lo quieres.
—Es algo natural en una madre —recordaba la señora Whipple—. Sabes que este tipo de cariño es más propio de la madre. La gente no espera tanto de los padres.
Ello no evitaba que entre sí los vecinos no hablaran claramente. —Sería una bendición del Señor si él muriera —comentaban—. Es culpa de los padres —agregaban—. Puede apostarse que por ahí hay algún pecado y alguna tara. Por supuesto, todo a espaldas de los Whipples. De frente les decían: —No está tan mal. Se mejorará ¡Miren que bien se desarrolla!
La señora Whipple odiaba tocar el asunto; intentaba pensar en otra cosa, pero cada vez que alguien ponía un pie en la casa lo sacaba a relucir y hablaba de Él antes que de nada. Parecía aliviarse.
—Ni por todo el oro del mundo permitiría que nada le pasara; pero no logro mantenerlo quieto. Él es tan fuerte y activo. Siempre está en todo y fue así desde que empezó a caminar. Algunas veces me parece graciosa la manera como actúa. Me divierte verlo hacer sus travesuras. Emily se accidenta más; a cada rato le vendo sus raspones, y Adna se rompe un hueso cada vez que se cae. Pero Él hace de todo sin sufrir ni un rasguño. En una ocasión en que estuvo aquí, el sacerdote dijo algo tan agradable que lo recordaré hasta el día de mi muerte. Dijo: “Los inocentes caminan con Dios, por eso Él no se lastima.” Cuando la señora Whipple repetía esas palabras, sentía que algo tibio le inundaba el pecho, las lágrimas llenaban sus ojos, y sólo entonces lograba pasar a otro tema de conversación.