viernes, 15 de junio de 2012

Bagdad café





Érase una vez el desierto. Un coche circula por la ruta 66. Un matrimonio discute en mitad del desierto de Mojave. La mujer sale del coche, deja al marido, toma su maleta y empieza a caminar hacia un destino incierto. Llega a un motel destartalado y allí empieza una nueva vida para ella y para todos los personajes. La amistad, las relaciones humanas, el modo como las acciones de unos afectan a los otros, el cuento, la alegría, la magia...todo convierte a la película en maravillosa.
Me gustan los desiertos y los mitos y en esta película se dan ambos. Por eso me gusta tanto. El escenario de este "fantástico" café está situado en plena ruta 66, en Newberry Springs, California, a unos 200 kilómetros de Los Ángeles.
La película muestra que allí donde hay amistad la vida no sólo es posible, sino deseable, incluso en el lugar más inhóspito. Consigue además que Jack Palance no sólo me sea simpático, sino que me guste. La música es maravillosa.
Seguí las peripecias de unas reporteras argentinas que cubrían la campaña electoral de Obama recorriendo la mítica ruta 66. Los argentinos tienen muchas lecturas, quiero decir que leen mucho. Salieron de Chicago y llegaron hasta Los Ángeles con muchas paradas a lo largo de la ruta para entrevistar a las gentes de la América más profunda, hay que ver cómo se montaron el trabajo las muchachas del diario Clarín. El caso es que una de las paradas con entrevistas incluidas fue en el Café Bagdad real. Terminaban el reportaje con escenas y música de la película. Yo me moría de envidia, mirá que hacer la ruta por trabajo, pero qué trabajo más lindo. Otros la hicieron antes, los personajes de Steinbeck y de Ford, los intelectuales descontentos de la generación beat On the road, las Harley Davidson y los canutillos y ahora los turistas, generalmente españoles, italianos y argentinos. Bueno, a partir de la peli, cada vez más gente, turistas mayormente.



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