martes, 29 de mayo de 2012

Comienzo de la abstracción




Kandinsky: Composición nº7


"Era una pintura de inaudita belleza, de la que emanaba un fulgor íntimo. Permanecí unos minutos extático y luego avancé a zancadas hacia aquella misteriosa tela sobre la que sólo alcanzaba a ver formas y colores sin motivo ni tema. de pronto se resolvió el enigma: era uno de mis últimos trabajos, pero no estaba derecho; había quedado apoyado contra la pared sobre uno de los lados".

Kandinsky:  Mirada retrospectiva

Kandinsky, que era un gran pintor, volvió a su estudio cansado y se quedó totalmente flipado de un cuadro que le parecía bellísimo sin reconocer que era uno de los suyos, sólo que torcido. Tuvo una especie de experiencia religiosa y empezó a ver los colores como protagonistas y a ejercer largas meditaciones sobre lo que le estaba ocurriendo.

"Las sensaciones que me proporcionan los colores sobre la paleta o en los tubos, los cuales se asemejan a hombrecillos de irrelevante apariencia pero poderoso intelecto, capaces de mostrar su fuerza oculta cuando es preciso, esas sensaciones, digo, son puras experiencias espirituales".

Kandinsky: De lo espiritual en el arte.

martes, 22 de mayo de 2012

Atar los perros con longaniza



Ramón Bayeu: El choricero

 He disfrutado largamente del libro de José María Iribarren El porqué de los dichos. No resisto la tentación de volver al mismo para ver el origen de una expresión bien castiza:

Suele emplearse esta expresión en sentido negativo, indicando a una persona que no debe hacerse ilusiones: No creas que allí atan los perros con longaniza, frase parecida a la No creas que aquello es Jauja.
Esto de atar los perros con longaniza, que parece fábula propia de Jauja o de un país fantástico, ocurrió a principios del siglo último en el pueblo de Candelario (Salamanca), famoso por sus embutidos, y tuvo lugar en el taller del acaudalado industrial don Constantino Rico, conocido por el nombre de El tío Rico, el choricero, el mismo que inmortalizó Bayeu en un tapiz del palacio del Pardo, cuyo cartón se encuentra en el museo del Prado.
Tenía el tío Rico en la planta baja de su casa un gran taller de embutidos, donde trabajaban muchas obreras. Un día se le ocurrió a una de éstas atar con una larga ristra de longaniza a un perrillo de la casa y sujetarlo de este modo a la pata de un tajo, nombre que dan en aquel país a un asiento especial de corcho. 
Un chiquillo, hijo de otra obrera, que entró en aquel momento a dar un recado a su madre, vio al perro, y al salir les contó a sus amigos que en casa del tío Constantino ataban los perros con longaniza.
La frase se generalizó y aumentó la fama de rico que ya tenía el dueño de la fábrica.
Ascendiente de Constantino Rico, de Candelario, debió de ser Juan Rico, el choricero inmortalizado por el pincel de Goya. Este Juan Rico figura en un anuncio del Diario de Madrid de finales del siglo  XVIII, que dice así:
"Ha llegado a la calle de los Tudescos, casa número 21, Juan Rico, el que trae una partida de chorizos, jamones y sábanas de lienzo casero, todo con equidad".
Leí este último dato en el libro de Luis Martínez Kléiser titulado Del siglo de los chisperos (Madrid, 1925, págs. 61 y 62).
Parecido al modismo que comentamos es el que dicen los italianos:
Vi si legnano le viti con le salciccie. (Allí se atan las viñas -o los sarmientos de ellas- con salchichas). 
Los antiguos romanos se valían de una frase parecida para expresar la abundancia de un país en el que se supone que se vive sin trabajar y en medio de todos los placeres y comodidades. En El festín de Trimalción, de Petronio, se lee la siguiente expresión: 
Dices hic porcos coctos ambulare. (Diríais que los cerdos andan asados por las calles).

José María Iribarren: El porqué de los dichos.

Bee Gees: Massachusetts 


miércoles, 16 de mayo de 2012

El círculo cromático




Círculo cromático

El color es un enigma, siempre lo ha sido y, para el colmo, no existe. Hay algo llamado pigmentos  que cada hijo de su padre y de su madre los ve como los ve, según le va o según dice o según su propio sistema perceptivo. Por esa dificultad tan grande ha habido siempre gente sesuda que se ha dedicado a hacer largas meditaciones sobre el mismo, tal que Newton, Goethe o Wittgenstein. Buenas meditaciones, pero no tantas como hicieran falta, porque yo misma, por más que lo intento, no me aclaro. Y el caso es que me fascina, me siento como abducida por el color, lo siento con tanta intensidad que dedico gran parte de mi tiempo a tratar de entenderlo. Sé que para practicar cualquier arte hace falta mucha disciplina y paciencia. Me lo estoy tomando tan en serio que he decidido someterme a la dura y férrea disciplina. Hasta tal punto que, sabedora de que la base de todo cuanto se sabe del color está en el círculo cromático, me he confeccionado uno y lo llevo conmigo a todas partes, incluso a la cama, que ya dormir no puedo si no lo veo, se ha convertido en la última imagen de mi retina, y mi cama en un multimueble en el que hay de todo: el mismísimo círculo, el kindle (tan bello, pero en blanco y negro), la radio y un señor de marrón. En realidad no tengo una cama, sino una parafernalia. 
Me siento muy orgullosa de mi círculo, hay que tenerlo bien calibrado y el mío lo está, o al menos eso creía. Empecé con los primarios, a partir de ahí los secundarios y después los terciarios. Se repasa, se valora la intensidad, se va modificando hasta que tienes un círculo bien temperado, tan colorido él. Y cuando ya lo has ajustado, lo conviertes en tu compañero inseparable. Percibes el color de todo de una forma que parece que vas colocada por la calle, es como ver un constante arco iris.
Andaba en estas circunstancias vitales cuando un día vi otro círculo. "Está mal, no lo has calibrado bien". "Estará mal el tuyo, el mío me lo ha hecho el profe".
Esta circunstancia mermó la confianza que había depositado en mí por primera vez en mi vida. Decidí realizar una investigación. Y para no andarme con rollos, diré que no vi dos círculos iguales. Yo que creía haberme acercado a la idea de circularidad platónica, que estaba convencida de haber alcanzado un universal, caí de pronto en un escepticismo de tomo y lomo. Me hallaba, como decía Hume en la "estéril roca del escepticismo". 
Empecé a hacer más círculos y ninguno era igual a otro. Y cuando iba por la calle, los colores bailaban en un festín multicolor sin que lograra adivinar el color base a partir del cual se habían formado.
Para más inri, el señor de marrón se me fue haciendo gris marengo y un día, harto de mis vicisitudes me dijo en plan Gila: 
-- El círculo o yo.
-- Pues no sé, en serio, no sé. Desde luego son amores distintos y tú no tienes color.
Y se fue. Y ahora me encuentro en esa estúpida roca estéril, pero multicolor, casi añorando el blanco y negro.

Eric Clapton: Somewhere over de rainbow 





jueves, 10 de mayo de 2012

A algunos les gustan frías



Ring Lardner
 He vuelto a leer Campeón de Ring Lardner, el father. Periodista deportivo, padre de hijos ilustres y maestro de maestros. Para mí es un cuentista de reclinatorio y genuflexión. Disfruté de lo lindo hace muchos años cuando lo leí por primera vez. Ahora me ha pasado lo mismo, el tiempo, mi tiempo, no le ha quitado nada, sigo gozando con este pedazo de escritor.
Campeón es el título de uno de los ocho cuentos de que consta el libro que editó Montesinos. El cuento es algo despiadado y brutal, sin concesiones, tienes el alma en un vilo. Pero hay dos también geniales con los que te partes de risa, Zona de silencio y ¿Quién da
Así de emocionada estaba que me propuse comprar más relatos suyos. Fui a una librería de renombre y pedí que me mostraran todo lo que tuvieran de Ring Lardner.
-- Rin... ¿qué?
-- Ring, como de boxeo y a continuación le deletreé el apellido.
-- A algunos les gustan frías y Me odiaría cada mañana.
Lo consideré una impertinencia, porque además al señor le daba una risita que ya, ya...
-- A lo mejor se refiere a la cerveza, le dije. Pero se rió más.
-- No tenemos, se lo pido y en una semana estará aquí, pregunte por J.
Al cabo de una semana volví y el tal J. no estaba. Una chica me preguntó qué quería y le dije que tenía un par de libros encargados.
-- Dígame el autor y el título.
-- Ring Lardner.
-- Rin... ¿qué? Bueno, mejor me dice el título. 
Repetí A algunos les gustan frías y Me odiaría cada mañana. He visto pocas veces miradas asesinas, escrutadoras, con el ceño fruncido y los labios apretados que se vuelven muy finos.
-- Aquí no hay nada de eso, vuelva cuando esté J.
La próxima vez telefoneé para asegurarme de que estaba J. Por fin conseguí un libro porque el otro, Me odiaría cada mañana no era de Ring Lardner senior, sino junior, un hijo que fue guionista de cine (el otro combatió en la guerra civil española).
Hemingway admiraba tanto al maestro que se hizo llamar alguna vez Ring Lardner junior. Y para que no haya escarnio de feministas, también fue admirado por Virginia Woolf.
Lástima que la traducción de los cuentos que ha editado El acantilado, incluya faltas de ortografía, algo impropio de una editorial tan exquisita.
Y, bueno, descubrí que no se refería a la cerveza precisamente...
Me dice M., alma de mi vida, pero incapaz de escribir un comentario en este blog, que tiene que existir alguna relación entre este relato y la película de B. Wilder, Con faldas y a lo loco, que en realidad se titula Some like it hot, cuya traducción sería A algunos les gustan calientes. El título del relato de Lardner en inglés es Some like them cold. No sería nada raro pues cuando llegó Wilder a EEUU en 1934, Lardner acababa de morir (1933) y era muy leído en su país. Además, Ring Lardner Junior fue guionista de cine y le cupo el honor de estar incluido en la lista negra de MacCarthy, igual que Wilder. Tiene que haber alguna relación, aunque lo desconozco. En cualquier caso, vaya titulitos que se gastaban...





domingo, 6 de mayo de 2012

Cuestión de huevos

Brunelleschi

Recibió Donatello un encargo para hacer un Cristo crucificado. Cuando lo terminó se lo enseñó a su amigo Brunelleschi y le pidió su sincera opinión. Brunelleschi sonrió y Donatello insistió en que le dijera con total sinceridad lo que opinaba. Brunelleschi no se anduvo con diplomacias ni tapujos y le dijo que había puesto a un campesino en vez de un ser divino. Algo enfadado, Donatello le dijo que él no sería capaz de mejorarlo. Pasó el tiempo, Brunelleschi se puso manos al asunto y cuando ya acabó su Crucifixión se la enseñó a su amigo. Pero antes le dijo que lo acompañara a comprar y recoger unas cosas. Compró unos huevos y se los dio a Donatello, le puso una excusa y le pidió que se adelantara él hasta su estudio. Cuando Donatello llegó al estudio y vio la obra quedó boquiabierto de la belleza que estaba contemplando, tanto que se le cayeron los huevos que llevaba en la mano. Reconoció el mayor talento de su amigo. La historia la cuenta Vasari y, si no es verdadera, merecería serlo. El Cristo de Donatello está colgado en la Santa Croce, mientras que el de Brunelleschi (también llamado "de los huevos") está en Santa María Novella. 
Hace mucho tiempo que conocí esta historia, me la contaron en Santa María Novella nada más ver y admirar y recrearnos en el Cristo. Sólo que no la entendí del todo bien, pudiera ser por una torpeza freudiana o por el énfasis que puso mi acompañante en la palabra "huevos". El caso es que entendí que se le habían caído a Donatello los mismísimos y no los de la gallina que llevaba en la mano. En vez de quedar sobrecogida por la belleza, fui presa de un descomunal ataque de risa al pensar en cómo se quedaría Donatello para que mi amigo utilizara tan brutal metáfora.



Donatello


Florencia, ciudad del Renacimiento