Brunelleschi |
Recibió Donatello un encargo para hacer un Cristo crucificado. Cuando lo terminó se lo enseñó a su amigo Brunelleschi y le pidió su sincera opinión. Brunelleschi sonrió y Donatello insistió en que le dijera con total sinceridad lo que opinaba. Brunelleschi no se anduvo con diplomacias ni tapujos y le dijo que había puesto a un campesino en vez de un ser divino. Algo enfadado, Donatello le dijo que él no sería capaz de mejorarlo. Pasó el tiempo, Brunelleschi se puso manos al asunto y cuando ya acabó su Crucifixión se la enseñó a su amigo. Pero antes le dijo que lo acompañara a comprar y recoger unas cosas. Compró unos huevos y se los dio a Donatello, le puso una excusa y le pidió que se adelantara él hasta su estudio. Cuando Donatello llegó al estudio y vio la obra quedó boquiabierto de la belleza que estaba contemplando, tanto que se le cayeron los huevos que llevaba en la mano. Reconoció el mayor talento de su amigo. La historia la cuenta Vasari y, si no es verdadera, merecería serlo. El Cristo de Donatello está colgado en la Santa Croce, mientras que el de Brunelleschi (también llamado "de los huevos") está en Santa María Novella.
Hace mucho tiempo que conocí esta historia, me la contaron en Santa María Novella nada más ver y admirar y recrearnos en el Cristo. Sólo que no la entendí del todo bien, pudiera ser por una torpeza freudiana o por el énfasis que puso mi acompañante en la palabra "huevos". El caso es que entendí que se le habían caído a Donatello los mismísimos y no los de la gallina que llevaba en la mano. En vez de quedar sobrecogida por la belleza, fui presa de un descomunal ataque de risa al pensar en cómo se quedaría Donatello para que mi amigo utilizara tan brutal metáfora.
Donatello |
Florencia, ciudad del Renacimiento
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