Ramón Bayeu: El choricero |
He disfrutado largamente del libro de José María Iribarren El porqué de los dichos. No resisto la tentación de volver al mismo para ver el origen de una expresión bien castiza:
Suele emplearse esta expresión en sentido negativo, indicando a una persona que no debe hacerse ilusiones: No creas que allí atan los perros con longaniza, frase parecida a la No creas que aquello es Jauja.
Esto de atar los perros con longaniza, que parece fábula propia de Jauja o de un país fantástico, ocurrió a principios del siglo último en el pueblo de Candelario (Salamanca), famoso por sus embutidos, y tuvo lugar en el taller del acaudalado industrial don Constantino Rico, conocido por el nombre de El tío Rico, el choricero, el mismo que inmortalizó Bayeu en un tapiz del palacio del Pardo, cuyo cartón se encuentra en el museo del Prado.
Tenía el tío Rico en la planta baja de su casa un gran taller de embutidos, donde trabajaban muchas obreras. Un día se le ocurrió a una de éstas atar con una larga ristra de longaniza a un perrillo de la casa y sujetarlo de este modo a la pata de un tajo, nombre que dan en aquel país a un asiento especial de corcho.
Un chiquillo, hijo de otra obrera, que entró en aquel momento a dar un recado a su madre, vio al perro, y al salir les contó a sus amigos que en casa del tío Constantino ataban los perros con longaniza.
La frase se generalizó y aumentó la fama de rico que ya tenía el dueño de la fábrica.
Ascendiente de Constantino Rico, de Candelario, debió de ser Juan Rico, el choricero inmortalizado por el pincel de Goya. Este Juan Rico figura en un anuncio del Diario de Madrid de finales del siglo XVIII, que dice así:
"Ha llegado a la calle de los Tudescos, casa número 21, Juan Rico, el que trae una partida de chorizos, jamones y sábanas de lienzo casero, todo con equidad".
Leí este último dato en el libro de Luis Martínez Kléiser titulado Del siglo de los chisperos (Madrid, 1925, págs. 61 y 62).
Parecido al modismo que comentamos es el que dicen los italianos:
Vi si legnano le viti con le salciccie. (Allí se atan las viñas -o los sarmientos de ellas- con salchichas).
Los antiguos romanos se valían de una frase parecida para expresar la abundancia de un país en el que se supone que se vive sin trabajar y en medio de todos los placeres y comodidades. En El festín de Trimalción, de Petronio, se lee la siguiente expresión:
Dices hic porcos coctos ambulare. (Diríais que los cerdos andan asados por las calles).
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