lunes, 30 de agosto de 2010

La verdad de las mentiras

 Queridos nocturnitos:
Es verosímil que Nietzsche tenga razón, que ya sólo por el hecho de hablar mintamos, que tengamos cierta tendencia a dejarnos engañar y a sentirnos felices cuando nos cuentan historias y que, en la ficción, el intelecto se libere y celebre sus fiestas saturnales (lo siento queridos no puedo citar, no tengo el texto, me he liberado de mis libros de filosofía). Es decir, que nos gusta ser seducidos y engañados por lo que leemos, por las películas que vemos, por lo que nos contaron nuestros abuelos... Nos gusta la ficción.
La historia de Paquita es sórdida y no parece que haya en ella ni un ápice de verdad. Sin embargo el hecho fundamental es verdadero (si ella no miente, claro). Y puede que ya se le haya resuelto el problema gracias a Noelia que dijo que, en un caso parecidísimo, lo solucionaron poniéndole al hombre una cubana, que parece que tienen cierta gracia con los abuelos. Lo dijo Noelia, que quede claro. Fin de la historia de Paquita.
"Y subía hacia el castillo como un caballero andante. Su melena se desplegaba al viento, su pecho brillaba, la cabeza erguida y entonces... cogió en sus brazos a la joven de las muletas y la subió hasta el castillo por las escarpadas cuestas. Y lo nombré caballero y desde entonces lo llamé Lancelot. Lancelot, divino Lancelot..."
¿Verdadero o falso? Verdadero.
Tuve un amigo que se llamaba D.B. pero todos lo llamábamos "el irlandés". Hace ya mucho tiempo que murió en México a causa del alcohol. Y no he conocido nunca a nadie con mayor capacidad para contar historias, a pesar de su tartamudez. Vivía en Gobernador Viejo. Su casa era muy austera, aunque poseía algunos objetos bellos y otros muy peculiares. DB se sentía especialmente orgulloso de su silla de barbero. No sé de dónde la sacó pero estaba situada en medio de una habitación semi vacía. Decía que no había nada tan cómodo para descansar como esa silla. Allí pasaba largas meditaciones y resacas y probablemente gestaba algunas de sus historias, que luego resultaban maravillosas y sorprendentes. Se localizaban en glaciares o en tabernas y el protagonista casi siempre era alguien próximo: un familiar, un amigo, un conocido... cosa que le daba mayor verosimilitud.
A mí me encantaban estas historias. Y pensaba: no pueden ser verdad pero y si.... Con DB no te aburrías nunca.
Un día en mi casa, DB estaba echando un vistazo a mis libros, sacó uno de Benjamin Farrington, que entonces estaba muy de moda por sus curiosas teorías sobre la antigua Grecia y era de culto en los ambientes más heterodoxos y dijo:
-- Oh! El viejo Ben...
-- ¿Lo conoces?- pregunté yo escéptica y sorprendida al mismo tiempo.
--Estuve casado con una hija suya. De ese matrimonio tengo una hija, Sara.
No le dije nada pero no me lo creí... Tiempo después conocí a la joven y guapa Sara, hija de DB y, por supuesto, nieta de Ben.
DB insistía mucho en contar algo que para él era muy especial: Samuel Beckett había estado escondido en su casa durante una semana en su huída a raíz del Nobel.
-- Sam Beckett estuvo aquí.
-- ¿Qué dices? ¿Beckett en tu casa, tumbado en esta misma silla?
Y en la borrachera y en la lucidez lo afirmaba una y otra vez. Yo me preguntaba sobre este hecho. No llegaba a creérmelo pero... y si... Y me preguntaba también qué podían hacer en Valencia estos dos irlandeses tan altos, desgarbados y atractivos, tan mujeriegos y bebedores. Nunca hubieran podido pasar inadvertidos. Los imagino bebiendo Whisky y hablando de los amigos comunes, de Irlanda, intercambiándose historias verdaderas o no, qué más da...
¿Beckett en Valencia? ¿Por qué no? ¿Y si fuera verdad? Y si yo me hubiera recostado en la misma silla que Sam?
Aún hoy pienso que si esa historia no es verdadera merecería serlo. Me gusta pensar que esta vez DB no mentía.


PS: Como ya habréis adivinado la cación de Trenet, Je chante, aparece en la película de Bertolucci: El cielo protector.




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