domingo, 8 de mayo de 2011

Pajaritos


Escher: Día y noche


Han vuelto, vinieron con el buen tiempo. Sé que están, aunque no los he visto como también sé que son muchos. Desde que los oí una mañana, clausuré las ventanas y persianas de mi casa. Vivo con luz artificial y me procuro ruidos que tapen sus trinos. Pongo la música alta (¡qué pueden importarme a estas alturas los vecinos!). Pero sé que están ahí. Lo peor es cuando se lanzan a picotear la persiana, es horrible, me sobresaltan y no sé dónde esconderme.
Todo ermpezó el año pasado. No, todo empezó antes, en Asís. Era un día espléndido de primavera. Después de haberme imbuido de Santa Clara, de San Franciso, de Cimabue y de Giotto, subí a un montículo y me senté debajo de un árbol desde donde contemplaba la ciudad y un paisaje extraordinario. Cerré los ojos y escuché a los hermanos pajaritos con sus alegres trinos que sobrevolaban el árbol donde me hallaba y se posaban sobre alguna de sus ramas. Y entonces pensé que me chiflaría que se me acercaran y se posaran sobre mis brazos, como a San Francesco. Pero eso sería cosa de la santidad y yo me hallaba lejos, lejísimos de ese punto. Y eso que a veces me da por imitar a mis santos prefes. Sin ir más lejos, no sé qué daría por tener un éxtasis berniniano como mi Teresa... Bueno, pues mi estancia debajo del árbol me llevó a largas meditaciones y consideré aquel día como muy dichoso en mi vida.
El año pasado, cuando llegó el buen tiempo, vi un pajarito en mi balcón. Poco después vi la parejita. Me llené de dicha y me senté a observarlos. Todos los días me sentaba un rato, los observaba y me sentía feliz como en Asís. Y un día, mientras los observaba, me vino al cap:
- ¿Tendrán hambre?
Y esa pregunta me hizo urdir una estratagema para satisfacer mi deseo reprimido. Ya que no por la vía de la santidad, ¿por qué no por el estómago? Me los ganaría dándoles de comer hasta lograr que se acercaran a mí sin comida. No sabía qué comían los pajaritos, pero pensé que algo de grano y lo que tenía a mano era arroz. Así que puse un montoncito de arroz en mi mano y salí al balcón. Nada más verme se fueron espantados.
- Pobrecitos, no están acostumbrados al contacto con humanos.
Les dejé el arroz cerca de la ventana. Se acercaban hasta la repisa del balcón pero se sabían observados interesadamente y no se acercaban a la comida. Salí, les puse la comida sobre la repisa, en la parte más alejada de la terracita. Poco a poco se acercaban, picaban un grano y se iban volando. También poco a poco llegó la confianza y entraban a comer con tranquilidad. Yo disfrutaba desde mi sillón, fue un tiempo feliz, la terracita se iba llenando de parejitas, cada vez les ponía más arroz.
Ahora sé que tendría que haberme bastado con esto porque yo era feliz con la contemplación. Siempre queremos más, no nos satisface nada. Quería que se posaran en mí aunque lo veía imposible porque en cuanto abría el balcón volaban que se las pelaban. Y no sé por qué, si fue un arrebato fruto de la impotencia o qué, pero un día me dije:
-- Nada de hermanos pajaritos, son animales y no van a comer el mismo arroz con el que alimento a mi familia.
Y me fui a un supermercado. Compré la marca barata "Facendado," sin saber que aquella decisión cambiaría mi vida.
Cuando volví a casa ya estaban esperando, con la desesperación que da el hambre. Les saqué el nuevo arroz. En cuanto entré se avalanzaron sobre él y nada más probarlo se retiraron rápidamente. Se posaron sobre la barandilla y me miraban con estupor. Al principio no entendía qué les pasaba. Se alejaban, se acercaban, picoteaban el arroz y lo tiraban. Lo despreciaban con tanta intensidad que me resultaba insoportable. Tiré el arroz, volví a poner del mismo. Se acercaban y ni lo probaban. 
Al día siguiente se me ablandó el corazón y volví a ponerles el arroz familiar. Lo comían vorazmente. De verdad que no daba crédito a lo que estaba pasando. Volví al arroz Facendado, nada, que se alejaban. Llegué a mezclar las dos marcas. Nada que hacer.
Lo peor era su conducta. Si no tenían comida, se posaban sobre la barandilla, estiraban el cuello mirando hacia el interior de la casa y se acercaban hasta el cristal con aire muy agresivo. El balcón se me había llenado de pajaritos y de sus cagadas.
Empecé a temerlos. Cada día volvían más violentos. Cuando creía que se habían ido, volvían. 
Esto duró mucho tiempo, hasta que empezó el frío. Al fin se fueron, creía yo que para siempre. Hasta que volvió la primavera. Han anidado en el balcón. De vez en cuando se abalanzan sobre las persianas, no imaginaba yo que unos pajaritos pudieran ser tan fieros.
No he visto la luz del día desde que llegaron. Temo salir a la calle y que me reconozcan. Permanezco recluida en mi casa esperando el invierno, no quiero mirar el calendario porque sé que falta mucho y temo no poder aguantarlo.
¿Tendría razón Freud cuando decía que la ilusión es una forma menor de delirio? ¿Menor?



The Beatles: Blackbird (mirlo) 



San Francisco


Escher: Pájaros del moebius

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