![]() | |||||
Arnold Böcklind: La isla de los muertos |
Un día una mujer enloquecida bajó de un taxi. Sí queridos, un taxi en el mismísimo cimètiere. Llegó corriendo a una tumba de un señor que tenía allí su busto, y velitas y flores y todo. La enloquecida le daba besos, abrazos y lloraba desconsoladamente. El taxi la esperaba. Y después de un buen rato de alborotadas emociones (yo estaba mirando, como siempre) tal como llegó, se fue. Entonces me acerqué a ver esa tumba tan florida y era de un tipo con un nombre muy raro que fundó no sé qué. Como no me decía nada, se me olvidó. Luego supe que era un pedagogo que lo mismo se desencantó y fundó el espiritismo. No me extraña que de la pedagogía pasara directamente a los espíritus que, como salida, no está nada mal.
Pero no os he dicho aún la razón de mi aversión a este lugar. Fue a raíz de lo que me dijo un amigo a propósito del mismo:
-- ¿Has visto la tumba del joven Víctor?
-- Pues no sé...
-- Si la hubieras visto lo sabrías.
Así que en la siguiente visita busqué la famosa tumba. En mi vida he alucinado más, ni en siete que tuviera. Con una boca abierta de norte a sur, talmente como una boba, no podía dar crédito a lo que veía. La estatua en bronce de un joven yacente con enormes partes protuberantes totalmente doradas del roce. Derivé pensamientos, traté de conjeturar causas y circunstancias y pronto llegué a la conclusión de que era mi última visita a ese lugar donde hay tanto pervertido. Si queréis verlo, vais a google imágenes y ponéis: Père-Lachaise, tumba de Victor Noir. Y sacáis vuestras propias conclusiones.
Cuando me acuerdo de mi amigo parisino (que, por cierto, cada día está más raro) pienso en sus noches de insomnio. Si le da por salir al balcón a fumarse un cigarette, menudo rollo tiene devant, pues anda que no hay vida nocturna ni nada en ese cimètiere, más que en los mismísimos Champs-Elysées o en el mismo Pigalle, sin ir más lejos.
Nacha Guevara: Cambalache