lunes, 12 de marzo de 2012

Mi Kindle y yo

Mi Kindle


En mi condición de fetichista llevo un montón de tiempo despreciando el libro electrónico. Que si "nada sustituirá mis queridísimos libros de papel", que "nada se interpondrá entre nosotros"... Es que no tengo remedio, lo mismo me ha pasado con casi todo lo nuevo electrónico, incluyo en el nivel más alto el ordenador. Años y lustros despreciándolo, muchísimo tiempo repitiendo eso de "en Internet no se navega, se naufraga", "yo no", "a mí eso no me va", "yo nunca"... La de chorradas desprestigiadoras que habré dicho, si es que es de confesionario. Y ahora no podría pasar sin mi ordenata, yo como mi abuela, ella se pasó media vida mirando la calle desde su ventana y yo miro el mundo desde mi windows.
No puedo imaginar ya mi vida sin mi kindle. Soy una redomada snob algo lunática. Me caí del caballo un día de animada conversación con un amigo.
-- ¿Te has comprado ya el ebook?
-- ¿Yo? Jamás de los jamases, le dije horrorizada de que me espetara esa sorprendente pregunta un fetichista bibliófilo como él. 
Para mi asombro empezó a desgranar razones, "no sabemos ya dónde meter tanto libro", "cada vez es más difícil leer las páginas amarillentas y las letras pequeñitas", "los viajes y el peso"... Yo lo oía y lo oía.
--¿Y qué?
-- Puedes aumentar el tamaño de la letra... Voy a comprarme uno.
Poco a poco me fue entrando el gusanillo de la duda que lleva a la convicción, en plan Descartes. Pensé que torres más altas habían caído empezando por él y que no perdía tanto si me compraba uno y luego no lo usaba, sólo para emergencias.
Me compré el Kindle pero seguí comprando libros de papel (si es que hasta me suena mal ya, pero qué requeteveleta soy), pensaba usar mi kindle sólo en los viajes. Lo miraba, lo tocaba, me empezó a gustar el tacto, la levedad. Empecé a leer una novela, luego otra. Descubrí que es estupendo para leer en la cama, tan ligero. Estoy leyendo como hacía tiempo que no lo hacía, con esa levedad que parece que flota en el espacio, con las páginas que no te cansan la vista, con ese tacto que te está pidiendo pasar página enseguida por lo voluptuoso que resulta para los dedos de ambas manos, adelante y atrás... La verdad es que no he tenido nunca un compañero de cama tan suave y tan sabio. Me gusta desnudo, la fundita se la pongo por la mañana sólo para protegerlo, para ir a la cama lo desnudo.
Además está el asunto del percance en la librería. Estaba hojeando un enorme y pesado libro de fotografías que a duras penas podía sostener cuando pasó al lado una especie de tanqueta culona que lanzó sobre mi pobre pie izquierdo toda la pila  (repito: toda) de libros de fotos de Marilyn, todos cayeron unos sobre otros y todos sobre mi pie izquierdo, además del enorme y pesado libro de fotografías que estaba leyendo... Me tuvieron que llevar al hospital para que me curaran el ataque de marilines, fue sonado.
Ahora, en plena postración y reparación de mi pie, valoro la levedad como una condición del libro. Si me hubiera caído mi kindle ni se habría enterado mi pie, aunque me habría partido el alma... Y si hubieran caído la misma cantidad de kindles que de libracos de papel, no me habría visto en esta postración. 
Contemplo mis libros de papel, los miro y me digo que pesan mucho. Y no digamos si saco de su estante Guerra y paz, en la traducción de Lydia Kúper, del Taller de Mario Muchnik. Lo tomo en mis manos y ya no siento la pasión que me cegaba. Ahora pienso en mi pie, en si se me cae porque pesa como varias marilines. No, yo sin mi Kindle, ya nada.

 Roy Orbison: Blue Bayou

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