Funeral de Karajan |
El día resultaba bochornoso, ese calor que pone nerviosos a los austriacos. Una semana antes había muerto uno de sus ciudadanos más insignes que ya había sido enterrado en la intimidad. El domingo era el día solemne del funeral que tendría lugar en el Dom con la asistencia de los grandes de la música y... del pueblo.
Desde la muerte de Karajan, toda la ciudad se había llenado de crespones negros y grandes fotografías del maestro salzburgués. El rostro era inquietante, no aparecía muy favorecido, tenía algo de mefistofélico. Recuerdo que durante toda la semana pensé que pronto lo convertirían en chocolatinas como habían hecho con Mozart. La noticia había aparecido en primera página en todos los periódicos. Había uno con una enorme foto de Karajan de negro, en posición solemne de dirigir con un gran titular que todavía hoy recuerdo y que fue la forma en que me enteré de su muerte: Dios, por qué nos has abandonado?
Todo esto me había cogido por sorpresa porque yo andaba tras las pistas del recientemente desaparecido Bernhard. Se me fueron mezclando ambos. Recorrí el Salztkammergut hasta Gmunden y Ohlsdorf, el pueblo donde había vivido el escritor. Recordaba que en El sobrino de Wittgenstein Paul y el narrador, es decir, Bernhard, discuten a propósito de Karajan: "A Karajan lo he observado y estudiado durante decenios y es para mí el director de orquesta más importante del siglo", dice Bernhard.
Aquella mañana me acerqué al Dom sin ver ningún preparativo especial. Hubo una magnífica Misa de la coronación de Mozart y no demasiada gente. Todo se estaba preparando para la gran tarde. Por la tarde todo empezaba a moverse en la ciudad. Los salzburgueses salían de sus casas muy acicalados y muchos llevaban una sillita plegable. La muchedumbre fluía hasta el Dom un par de horas antes del inicio del funeral. Todo se había dispuesto para que la gente importante entrara por la puerta central, dejando las puertas laterales pour le peuple. De modo que la plaza se había llenado de dos enormes colas que conducían hasta las puertas de los lados. Por el centro entraba poco a poco la gente importante.
Aquello me resultaba insoportable y decidí irme "en la dirección contraria", buscando el lugar donde Bernhard decidió un día darse la vuelta. Me crucé con toda la Filarmónica de Viena, con los cantantes, con Ricardo Muti... Entré en el Festspielhaus donde habían dejado muy poca luz, un busto de Karajan y un libro de firmas. Vi un mendigo borracho que se reía de todo en la entrada de un túnel. Entré al cementerio de San Pedro y allí vi un entierro, alguien había osado morir ese día. Volví sobre mis pasos y cuando llegué al Dom ya no había nadie en la puerta. Entré, estaba lleno hasta los topes y la ceremonia todavía no había empezado. En un rincón vi un escalón vacío y me senté. Entonces empezó el Requiem y todo se me tornó irreal, me pareció vivir un momento sublime, de éxtasis. A medida que iba avanzando la misa, me parecía estar en el Paraíso. ¡Cómo suena la Filarmónica en una iglesia!
Hasta hoy ya nunca he podido oír el Requiem de Mozart sin que vengan esas imágenes a mi mente, ha pasado a ser un recuerdo mágico y la emoción sigue a flor de piel.
Mozart: Requiem. Karajan.
Todo esto me había cogido por sorpresa porque yo andaba tras las pistas del recientemente desaparecido Bernhard. Se me fueron mezclando ambos. Recorrí el Salztkammergut hasta Gmunden y Ohlsdorf, el pueblo donde había vivido el escritor. Recordaba que en El sobrino de Wittgenstein Paul y el narrador, es decir, Bernhard, discuten a propósito de Karajan: "A Karajan lo he observado y estudiado durante decenios y es para mí el director de orquesta más importante del siglo", dice Bernhard.
Aquella mañana me acerqué al Dom sin ver ningún preparativo especial. Hubo una magnífica Misa de la coronación de Mozart y no demasiada gente. Todo se estaba preparando para la gran tarde. Por la tarde todo empezaba a moverse en la ciudad. Los salzburgueses salían de sus casas muy acicalados y muchos llevaban una sillita plegable. La muchedumbre fluía hasta el Dom un par de horas antes del inicio del funeral. Todo se había dispuesto para que la gente importante entrara por la puerta central, dejando las puertas laterales pour le peuple. De modo que la plaza se había llenado de dos enormes colas que conducían hasta las puertas de los lados. Por el centro entraba poco a poco la gente importante.
Aquello me resultaba insoportable y decidí irme "en la dirección contraria", buscando el lugar donde Bernhard decidió un día darse la vuelta. Me crucé con toda la Filarmónica de Viena, con los cantantes, con Ricardo Muti... Entré en el Festspielhaus donde habían dejado muy poca luz, un busto de Karajan y un libro de firmas. Vi un mendigo borracho que se reía de todo en la entrada de un túnel. Entré al cementerio de San Pedro y allí vi un entierro, alguien había osado morir ese día. Volví sobre mis pasos y cuando llegué al Dom ya no había nadie en la puerta. Entré, estaba lleno hasta los topes y la ceremonia todavía no había empezado. En un rincón vi un escalón vacío y me senté. Entonces empezó el Requiem y todo se me tornó irreal, me pareció vivir un momento sublime, de éxtasis. A medida que iba avanzando la misa, me parecía estar en el Paraíso. ¡Cómo suena la Filarmónica en una iglesia!
Hasta hoy ya nunca he podido oír el Requiem de Mozart sin que vengan esas imágenes a mi mente, ha pasado a ser un recuerdo mágico y la emoción sigue a flor de piel.
Mozart: Requiem. Karajan.
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