Cuenta Paul Theroux que W. H. Hudson añoraba desde Londres el tiempo pasado en la Patagonia. En su libro, Días de ocio en la Patagonia, escribe:
Un día, mientras escuchaba el silencio, se me ocurrió preguntarme qué ocurriría si me pusiera a gritar. En ese mismo instante me pareció la horrible inspiración de un capricho, un "pensamiento ilícito y dudoso" que casi me estremeció, y sentí el impulso de olvidarlo rápidamente. Pero en esos días solitarios era cosa muy rara que por mi mente pasara pensamiento alguno; no había formas animales que cruzaran ante mi vista y era aún más raro que mis oídos fueran asaltados por voces de pájaros. En ese extraño estado mental en que me encontraba, pensar se había convertido en algo imposible...
... En la Patagonia, la monotonía de los llanos o la extensión de las bajas colinas, la general irrelevancia gris de todo y la ausencia de formas animales y de objetos nuevos para la vista dejan la mente abierta y libre para recibir una impresión de la Naturaleza como un todo... Tiene un aspecto de antigüedad, de desolación, de eterna paz, de desierto que ha sido desierto desde siempre y continuará siéndolo para siempre; y sabemos que sus únicos habitantes humanos son unos pocos salvajes errantes que viven de la caza como sus antepasados durante miles de años...
... El hombre que termina su curso a causa de la caída de su caballo, o es arrastrado y se ahoga al vadear una corriente crecida, ha consumido en la mayoría de loa casos una vida más dichosa que la de aquel que muere de apoplejía en un despacho de contabilidad o en un comedor; o la de quien entierra su pálido rostro en el libro abierto ante sí, esa muerte que a Leigth Hunt le parecía tan extremadamente hermosa (y que a mí me parece tan indeciblemente odiosa).
Bruce Chatwin y Paul Theroux: Retorno a la Patagonia.
Bruce Chatwin y Paul Theroux: Retorno a la Patagonia.
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