Para encontrar la armonía del espíritu y para dar a la fuerza vital todo su poder, hay que encerrarse en la habitación, preparar tranquilamente el espacio, calentar el lugar reservado para la meditación, instalar un cojín de diez centímetros de alto, estirar el cuerpo como conviene, cerrar los ojos, agrupar la fuerza y el corazón en el centro, colocar un cabello fino en la nariz, cuidando que no se mueva bajo el efecto de la respiración. Después de trescientas respiraciones, se llega a un estado en el que ni los ojos ni los oídos perciben ya nada. Ni el frío ni el calor penetran así en el cuerpo, ni tampoco se es víctima de las abejas ni de los escorpiones.
Hosó
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