jueves, 19 de enero de 2012

El fin del mundo.

 
Fueron amigas siempre. Su amistad comenzó en la infancia. Más tarde llegó el tiempo de los novios y de las bodas, de los hijos y de los nietos. Aunque las circunstancias las separaron en algún momento, siguieron compartiendo siempre el mismo destino. Llegó también el tiempo de la enfermedad y seguían compartiendo el mismo cariño. Murió una y la otra quedó destrozada, siguió recordando a su amiga querida. 
Ésa es la inmortalidad permitida, la de vivir en el recuerdo de la gente querida. Una brindó a la otra esa efímera inmortalidad. Hay profetas y voceros agoreros de toda laya que a diario predican el fin del mundo. Indican toda clase de "razones" y circunstancias por y en las que tendrá lugar. Tratan de inocular el miedo en una sociedad que vive en el temor perpetuo. Como si estuvieran ciegos y sordos y no se dieran cuenta de que el fin del mundo ocurre a diario. Ocurre cuando una persona muere, se intensifica cuando un número considerable de gente allegada desaparece y es total cuando ya no reconoce el paisaje humano de la ciudad en la que habita... Las mismas calles sí, pero otra gente desconocida las recorren,  las mismas casas pero otros habitantes. Y se queda sin referentes, sin nadie que la reconozca y le señale su propia identidad.


Skeeter Davis: The end of the world 




1 comentario:

  1. Y entonces nos damos cuenta que la identidad la tenemos nosotros mismos y nadie nos la tiene que dar, que nuestros seres queridos siempre están y estarán con nosotros. ¿Qué nos queda cuando parece que ya no queda nada? Queda lo mismo que cuando parece que está todo: respirar, sonreír, vivir el momento presente siendo conscientes de cada cosa que nos ofrece, sentir la responsabilidad de nuestras acciones, agradecimiento y vivir la heroicidad del anonimato.

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