martes, 1 de marzo de 2011

El caballero que cayó al mar

Portada de la novela
Henry Preston Standish resbala a causa de una mancha de aceite y cae al océano, una caída absurda y estúpida. A bordo del Arabella nadie se entera. A medida que el barco se aleja va convirtiéndose en un minúsculo punto de esa inmensidad que forman el océano y la bóveda celeste.
Poco a poco va desnudándose (en todos los sentidos) y afrontando su destino en una soledad estremecedora. Hay innumerables historias de naufragios y náufragos, pero Standish es un náufrago muy particular, el náufrago de todos los náufragos sin isla, sin equipaje, sin tabla de salvación.
He aquí el comienzo de la novela:

"Cuando Henry Preston Standish cayó de cabeza al océano Pacífico, el sol empezaba a trepar por el horizonte oriental. El mar estaba calmo como una laguna; el clima tan templado y la brisa tan suave, que era imposible no sentirse gloriosamente triste.
En esa parte del Pacífico, el amanecer se realizaba sin fanfarria: el sol simplemente colocaba su bóveda naranja en el borde lejano del gran círculo y se impulsaba hacia arriba, lento pero persistente, dándoles a las débiles estrellas tiempo de sobra para difuminarse con la noche. De hecho, Standish estaba pensando en la enorme diferencia entre la salida y la puesta del sol cuando dio el desafortunado paso que lo mandó al agua salada. Pensaba que la naturaleza prodigaba toda su generosidad a los magníficos atardeceres, pintando las nubes con haces de colores tan brillantes que nadie con un mínimo sentido de belleza sería capaz de olvidar. Y pensaba que por algún motivo incomprensible la naturaleza era extraordinariamente tacaña con sus amaneceres sobre aquel mismo océano."
 Puede que la lectura de la novela nos lleve a pensar que en cierto modo somos Standish y que tampoco nosotros tenemos tabla de salvación. Y tal vez como él haya que sacar nuestro mejor sentido del humor para afrontar tantas  situaciones absurdas que vivimos continuamente y que nos dejan  tan perplejos.
Se trata de uno de esos libros que te atrapan desde el principio y que no puedes  dejar de leer hasta que lo acabas, una joya. Y además sin leísmos legítimos o ilegítimos, algo que me da sosiego en medio de esta estremecedora novela.
En realidad creo que el tal Lewis (completamente desconocido para mí, de entre todos los Lewis que han sido) no es sino un seudónimo del clandestino Salinger, y Standish el mismísimo Holden Caulfield que ha crecido un poco.

Herbert Clyde Lewis: El caballero que cayó al mar.
La Bestia Equilátera.

Herbert Clyde Lewis






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