viernes, 2 de septiembre de 2011

El mandarín


Anda Cide Hamete metido en lecturas de Eça de Queiroz, como siempre seleccionadas con mucho tino. Sin embargo a mí el recuerdo de una de las obras del escritor luso me perturba y produce desasosiego y está inevitablemente asociado a la pérdida de una buena amiga.
Leí El mandarín hace bastantes años. En un lugar de la China vive un rico mandarín. Teodoro, el protagonista, aquel cuyo nombre significa regalo de los dioses, tiene acceso a una campanilla cuyo sonido matará al mandarín. Con sólo hacer tilín tilín el mandarín morirá tres doucement y él heredará su inmensa fortuna. Cuando leí el relato conté mis vicisitudes a mi amiga C. Ella leyó el libro y al parecer tampoco le fue indiferente. Poco después me contó que la historia le había ocasionado un gran malestar y que, aunque admiraba la calidad de la escritura, repudiaba profundamente la historia y no podía soportar el solo nombre de Teodoro.
Pasó el tiempo y C recobró poco a poco la tranquilidad. Hasta que un día ella que es docente (noble profesión donde las haya) buscando quehaceres para sus alumnos de Ética, tropezó con el libro de John Hospers La conducta humana. Allí había una serie de problemas morales, entre los que se encontraba una versión del relato de Queiroz: Imagine que se encuentra en una habitación en la que hay una mesa con un botón. Usted está solo, nadie puede verlo. Si aprieta el botón en algún lugar del mundo una persona muere y  usted recibe 20.000 $. ¿Apretaría el botón? 
C planteó el problema a sus alumnos. Vio con estupor el resultado: una parte de sus alumnos apretaría el botón. Le preguntaban cosas como:
-- ¿Se trata de alguien conocido?
-- ¿Podría ser alguien de mi familia?
C juzgaba las preguntas muy capciosas.
Lo comentó con sus compañeros y también ellos decidieron hacer la prueba con resultados muy parecidos. Uno de ellos sugirió introducir variaciones: aumentar o disminuir la recompensa. De manera alarmante comprobaron que los resultados eran parejos a la cantidad de dinero ofrecida: a más dinero más alumnos apretarían el botón, cuanto menos dinero el porcentaje disminuía notablemente.
Con grandes cantidades (pongamos 5 millones de dólares) hasta los considerados buenos alumnos lo harían, aunque necesitaran subterfugios.
-- Es que pude que fuera una mala persona, un asesino. Si lo matara le haría un bien a la humanidad.
-- Pues yo sí lo haría y le daría la mitad a los pobres.
C se desesperaba y comentaba a sus compañeros:
-- Son unos asesinos -sollozaba - Mis alumnos son unos asesinos.
-- No te pongas así. Sólo es una prueba, en realidad no serían capaces de hacerlo.
Pero C empezó a pensar que sí eran capaces de hacerlo. Empezó a temerlos. Cuando entraba a clase los veía de otro modo. Veía en ellos una malicia que no había percibido nunca. Cada mañana cuando se levantaba para ir a trabajar le entraba un profundo malestar. Los síntomas fueron agravándose: no dormía, tenía pesadillas. Al llegar a clase sufría ataques de pánico. Empezó a frecuentar los médicos, a faltar a clase, a tener bajas por enfermedad. Se encerraba en su casa, se aislaba del mundo. Poco a poco empezó a pensar que cualquiera sería capaz de apretar el botón o hacer sonar la campanilla.
-- Brotes paranoicos, diagnosticaron unos.
-- Algo más que brotes, dijeron otros.
C no sale de su casa. Tampoco recibe visitas. Ha perdido todo deseo de vivir. Yo he perdido a mi amiga. 
Y tú, lector, si pudieras, ¿harías sonar la campanilla como Teodoro? ¿Matarías al mandarín? Es tan fácil: tilín, tilín, tilín...


Dulce Pontes: Cançao do mar 

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