M. Rothko |
Las noticias eran alarmantes. El calor era sofocante de día y de noche, día tras día, sin tregua.
La sequía abrasaba todo lo viviente. El campo se había inundado de lodos, unos repugnantes desechos cargados de materiales tóxicos. Los agricultores abonaban sus campos con ellos porque además de ser gratuitos, eran transportados hasta allí mismo sin coste alguno, esos residuos que querían quitarse de encima determinadas empresas ante los ojos de las instituciones.
Un pastor se lamentaba de haber alimentado a sus cabras con la paja del cereal que había crecido en los campos tóxicos ya que todas habían muerto. El grano del cereal era destinado al consumo humano. En algún lugar morirán personas de extrañas enfermedades cuyo origen será desconocido pero que procederá de aquellos lodos.
De día el horizonte despedía grandes columnas de humo de los bosques que ardían vorazmente.
De noche aparecían aviones que recorrían nuevas rutas, del oeste hacie el este, volaban bajo, más lentos que los aviones comerciales, portando misteriosas cargas, probablemente del ejército.
Legiones de hambrientos recorrían los contenedores de basura en busca de algo de comida.
Todo arde, porque todo esto ocurre cuando escribo estas líneas, todo sigue ardiendo. Es necesario un lugar, un pequeño lugar donde encontar un poco de paz, donde reposar.
También ha muerto Scott McKenzie, el de aquella maravillosa canción que conviene oír en este tiempo de penumbra y desasosiego.
Dulce tiempo aquel en el que uno podía escribir el nombre de su amor en una boñiga de vaca...
Dulce tiempo aquel en el que uno podía escribir el nombre de su amor en una boñiga de vaca...
Scott McKenzie - San Francisco
Un relato extremecedor comparable a los de Poe.Solo que los de él son ficción este es pura realidad
ResponderEliminarFelicidades Ana