jueves, 4 de noviembre de 2010

Metamorfosis

Füssli: La pesadilla






"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto".
                                                          F. Kafka: La metamorfosis
¿Era un sueño? ¿Una pesadilla? Parece que no porque poco después dice: "No era un sueño"
Lo entiendo, en serio. Después de un sueño intranquilo, te puede pasar cualquier cosa. Y eso cuando los tienes, porque las más de las veces puede que no logres dormir y no te permitas tener sueños intranquilos.
Soñé que me despertaba por la mañana temprano, muy temprano. Me vestía con la ropa de mi nuevo trabajo y rápidamente, con los ojos aún pegados, me iba al curro. Acudía con mis nuevos compis albañiles ellos y, por lo visto, también yo era albañila. Nos saludábamos como colegas y empezábamos la jornada. A mí me tocaba la radial (qué bello nombre para un instrumento tan simple y brutal). Me ponía una mascarilla y cortaba paredes, azulejos y todo lo que se me pusiera por delante con una gran maestría, como si lo hubiera hecho toda la vida. La casa me era ligeramente familiar aunque no lograba saber por qué.
Al cabo de un par de horas, el jefe decía:
--Vámonos a almorzar.
Y me sonaba a cielos esa expresión. Pero no se refería a lo que algunos entienden por la comida del mediodía, sino a lo que media entre el desayuno y esa comida y que suele constar de un gran bocata, varias birras y algún carajillo. Volvíamos al trabajo y al cabo de un par de horas el jefe decía:
-- Vámonos a comer.
Y otra vez vuelta a lo mismo. Y vuelta al trabajo. 
Mi cuerpo empezaba a experimentar esos cambios: la zona lumbar se iba hacia adentro, el culamen salía a medida que se explayaba, la barriga y el estómago campaban por sus anchas...
Y después de la comida, de nuevo a la radial y tan feliz, de verdad, tan feliz. Todo lo llenaba de polvo y rompía la casa, la destrozaba, y me complacía gratamente esa destrucción.
Me apropié de una nueva jerga: pilar, bovedilla, viga, regata (ésta la odio), cantoneras, rodapié, alicatar...
Cuando me desperté me dije:
-- Vaya pesadilla que he tenido.
Y me sentí muy aliviada de estar despierta. Entonces me di cuenta de que me había despertado en un lugar extraño. Sin saber cómo, me dirigí hasta mi casa y cuando entré fui presa del pánico. Ante mis ojos la desolación y el terror: mi casa estaba siendo destruida por una panda de desalmados albañiles. Yo les gritaba, les decía que pararan, incluso les suplicaba. Pero ellos no me hacían caso. No me oían o parecían no oírme. 
Pasó el tiempo, siguió pasando y ya nunca pude volver a mi casa. Ellos se quedaron para siempre. Me quedé en un exilio indeterminado...





The Cranberries: Dreams







1 comentario:

  1. Hacer reformas y no morir en el intento.
    Pues sí, ¡vaya pesadilla la tuya!. No quiero ni imaginar en volver a reformar mi casa.
    Se empieza con ilusión porque una imagina el piso, pero claro no contamos que para llegar a eso antes ha de pasar toda la tropa que con suerte conseguirá algo parecido. Eso con suerte…….
    He encontrado por ahí este escrito de alguien un poco desesperado con su reforma:
    “Sólo faltan cuarenta y cinco años más para acabar la Sagrada Familia. De hecho, todo va según las previsiones de Gaudí. Cuando le preguntaron… “¿Cuándo estarán acabadas las obras, señor Gaudí?, él dijo, al estilo albañil: “Esto, pues… ¿ahora a qué estamos, a Junio? Pues pon… que a finales de Septiembre, Octubre o Noviembre del 2050 como máximo”. Como esos albañiles inconcretos que te vienen a hacer reformas en casa. Siempre se mueven en un abanico de dos semanas a dos décadas de plazo.
    Los albañiles son como los hijos de ahora: tardan mucho en venir, pero cuando llegan, no se marchan de casa. Se instalan en el piso y se quedan a vivir para siempre. Al final, les coges cariño. Cuando llego a casa, beso a la mujer, beso al hijo y beso al albañil. Se quedan a vivir: tú durmiendo en el sofá y él en la cama. Es algo como el Síndrome de Estocolmo, pero de la construcción: es el síndrome del hormigón. Yo conozco familias que han llegado a adoptar a sus albañiles…
    Cuando pides un presupuesto, te sale más barato llamar a Rappel que al albañil. No aciertan nunca. Te hacen un presupuesto del proyecto de la cocina, y cuando acaban, parece el presupuesto del proyecto Barça 2000. Pero hacer reformas no sólo quiere decir conocer al albañil… Quiere decir conocer al pintor, al carpintero, al lampista… Un grupo de profesionales que trabajan en plena comunión. Y digo “comunión” porque, ¿sabéis cómo acaban? A hostias, de lo bien que se llevan…
    De entrada, todos quieren ser los últimos. Viene el del parquet y te pregunta: “¿Ha venido el marmolista? Hasta que no venga y acabe el marmolista, yo no puedo entrar”. Y tú: “¿Pero qué tiene que ver una cosa con la otra?”. Y él: ”¿Y si cae el mármol y se raya el parquet, qué?”. Y tú: “Ah, claro. Perdone por existir, eh”. Y así todos… “¿Ha venido el del gas?” Al final les tienes que decir: “No, pero han venido los de la Cruz Roja… o sea que espabile, o sale de aquí en litera” Además, critican el trabajo de los demás: “Uuuuui, esto no está bien nivelado. Cae de la derecha. ¿Quién le ha hecho esto?” Algunos incluso te echan las culpas a ti. Te dicen: “¿Y estas regatas? ¿Que no ve que no van aquí?” Escuche, ¿y yo que sé dónde se hacen las regatas? ¿Qué soy el Rey, yo?

    Una de las consecuencias inevitables de las reformas son los escombros. La energía no se destruye… se transforma. Como los escombros. Una posibilidad es contratar al hombre del saco. Toda la vida pensando que era un hombre malo… y resulta que es un hombre que recoge porquería. La otra opción es pedir un contenedor. Pero… que no te lo vean en el barrio. Siempre hay quien está con el ojo avizor… “¡Contenedor… al ataqueeeeeeer!” Y baja todo el barrio a tirar de todo. Te descuidas y te lo encuentras lleno. Yo creo que la gente se guarda los trastos en casa, esperando que llegue algún primo y pida un contenedor. Y a la noche… te echan de todo: sillas, lavadoras… La mejor solución es camuflar el contenedor. Yo conozco a uno que le pintó cuatro ruedas y unas ventanas, para que pareciera un coche. Lo hizo tan bien, que se lo llevó la grúa por aparcar encima de la acera.”

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