Carlos Boyero |
En serio, lo he intentado pero no puedo resistir la tentación de reproducir, con el permiso del señor Boyero (loado sea), la crítica que le hizo al cineasta señor Almodóvar. Me llevó a la risa y me siento totalmente identificada con ella. Añadiría un adjetivo más : hortera, eso es lo que me ha parecido siempre el cine del manchego, no he podido terminar de ver algunas de las pocas películas que he intentado tragarme. Tampoco comprendo el éxito de este cineasta al que alguien llamó el nuevo Fassbinder o el Fassbinder español o algo así.
He aquí la crítica que no tiene desperdicio:
Por lo tanto, incluso los profanos tienen puntuales noticias desde
el momento en el que Almodóvar empieza a rodar Los amantes
pasajeros de que su atormentado espíritu necesitaba retornar a
la comedia, ese género liberador al que tanto ama, con el que forjó
sus señas de identidad como creador, con la intención de provocar
sonrisas y risas entre los espectadores masivamente angustiados ante
el estado de las cosas.
Y deduces que aunque sus últimos y cansinos paseos por el amor y
la muerte, sus retratos de los entresijos del alma y del lado oscuro,
los abrazos
rotos, las educaciones
degradantes, los desgarrados parloteos
con ella, las indeseadas
pieles que te ves obligado a habitar, el ser y la nada, la hostia
en verso y demás temas profundos le hayan procurado múltiples e
internacionales elogios, doctorados honoris causa,
reconocimientos académicos y el ingreso en el Olimpo del cine
solemne, la taquilla de sus películas está descendiendo, la
parroquia ya no es tan fiel y comienza a disgregarse, la gente joven
va poco al cine y en cualquier caso no parece flipar con la
acreditada modernidad de su obra. La última vez que ha logrado un
éxito rotundo en las salas españolas ha sido con la notable
tragicomedia Volver. Consecuentemente, se impone el regreso
a las raíces, al universo y los mecanismos que domina, al humor
entre costumbrista y loco, al reconocible toque Almodóvar
(no cometer el desvarío de confundirlo con el toque Lubitsch,
pero toquecillo al fin y al cabo), a la irreverencia con estilo, a
las innegables virtudes que le hicieron reconocible para el gran
público.
Antes de ver la película he leído con cierto esfuerzo en Babelia
una larga y desaliñada reflexión literaria de Almodóvar sobre la
comedia cinematográfica. También observo el titular de una
entrevista que le hacen, en la que muestra su ufana certidumbre de
que ha realizado su película más gay. Y arriesgándome a que me
lapiden por presunta homofobia me pregunto con estupor: ¿desde
cuándo el cine es gay o heterosexual? ¿Ha inventado un nuevo género
Almodóvar? ¿Qué misteriosa relación con la calidad establece que
el cine sea homosexual, lésbico o supermachote?
Espero ansiosamente la solución de estos enigmas con el sincero
deseo de que una comedia me procure placer, risa y diversión,
independientemente de mis razonados prejuicios (¿o es solo grima?)
ante la mayoría del cine almodovariano, mientras contemplo el
arranque de Los amantes pasajeros. Se desarrolla en un avión
y el ambiente es coral, pero deduzco que el protagonismo lo van a
ejercer mayoritariamente tres enloquecidos azafatos que hacen y dicen
cosas muy raras. Pero sigo esperando a Godot. Que algo de lo que veo
y escucho me haga una mínima gracia, que alguno de los pretendidos
gags sea hilarante, que los diálogos, los personajes y las
situaciones evidencien el contrastado talento de su director para
crear un determinado mundo, despertar una sonrisa, algo que
justifique estar mirando la pantalla.
Los ingenios verbales más audaces están al alcance del humor
infantil o preadolescente entre rijoso y escatológico. Confundir
llamadas con mamadas, repetir hasta la náusea que la mescalina que
lleva un traficante tiene sabor anal porque ahí es donde la oculta
su dueño, inventarse un baile al ritmo de una canción discotequera
en el que no sabes hacia dónde mirar.
Y, cómo no, Almodóvar, tan comprometido él con la cruda
realidad, no olvida en medio de esta idiota charanga sacar a un
banquero que huye a México después de la gran estafa. Y a una
dominatrix perseguida por el gran poder y por un sicario
porque amenaza con chantajear al Estado con la lista de sus clientes.
Son apuntes pintorescos y marginales. Lo que más le interesa es
hablar de pollas hasta la extenuación, de la bisexualidad como regla
infalible y generalizada del deseo en hombres y mujeres, del supremo
placer que se pierden los hombres si los de su género no les han
comido los genitales con inigualable arte.
Se supone que en algún momento semejante acumulación de dislates
con pretensiones libertarias y surrealistas va a conseguir su sagrado
objetivo. O sea, que te rías. Pero no hay forma. La acreditada
gracia del autor en esta ocasión parece no haber nacido de su
cerebro, sino de su glúteo, lugar nada conveniente para despertar la
hilaridad en los receptores. Y no entiendo, hasta que me lo explique
alguna tesis doctoral, en qué se diferencia este producto de las
comedias más cochambrosas de Mariano Ozores, de aquel cine
subdesarrollado y sonrojante. La sensación permanente que me asalta
padeciendo la ridícula Los amantes pasajeros es algo
ingrato llamado vergüenza ajena. Se supone que por muy endiosado que
se sienta el creador Almodóvar, alguien que le profese cariño,
respeto y en posesión de unas gotas de sentido común debería
haberle ofrecido honesto y lúcido consejo sobre ese guion y el
patético engendro que podía crear al trasladarlo a imágenes.
Pasen, vean, escuchen y juzguen, comprensibles buscadores de alegría
y posmodernos envejecidos. La entrada solo vale entre siete y diez
euros. Pero dudo que exista el libro de reclamaciones".
Carlos Gardel - Volver
Carlos Gardel - Volver
Lo vi en El País, pero no lo leí. Gracias por traerlo aquí. Es muy divertido (supongo que bastante más que la película de Almodóvar)y dice unas cuantas verdades.
ResponderEliminarSaludos del Cidehamete.