Cuando acabo de comer me siento corriendo en mi sofá. Espero con impaciencia que den el tiempo, ese programa tan didáctico, con sus mapitas, sus soles, sus nubes, sus borrascas, sus ciclones y anticiclones. Todo un boom de la oferta televisiva, especialmente para las mujeres y, según me consta, también para los chicos de Chueca. Todas andamos alborotadas y emocionadas. Llegas a un sitio por la tarde y enseguida te dicen:
-- ¿Has visto el tiempo?
-- Sí, querida. ¡Cómo estaba hoy!
Siempre Albert. Desde Mariano Medina (es decir, desde Maricastaño) no me había aprendido el nombre de ningún presentador de la cosa. Ahora sin embargo, los de Chueca y miles de mujeres decimos "el tiempo de Albert".
El meteoro Albert ha cambiado nuestras vidas. Antes el tiempo me importaba un ápice. Ahora me importa el ápice de Albert. No he visto un frontispicio mejor en toda la historia de la tele. Eso sí, hay que reconocer que la tv debe tener problemas con la crisis porque los trajes comunes le van pequeñitos a Albert, lo que tiene su cosa, por lo del ápice y el frontispicio.
Las noticias te van dejando tirada, abatida, y te dices a ti misma que no puedes más, que habrá algo bueno en el mundo pero que no lo sacan. Y cuando tu desolación es manifiesta, llega el esperado, el hombre de las borrascas y los anticiclones. Y entonces se te olvida todo lo que acabas de ver y te entregas a la lujuria televisiva, que sólo es virtual pero que tiene su cosa y mola un montón. Y bueno, ¿a quién le haces daño? A nadie, me digo, queridos, ni siquiera al maromo que tienes al lado, que sólo ve el tiempo por el tiempo mismo, sin que le importe un ápice el de Albert.
Empieza en Galicia. Desde ahí hasta que termina en Canarias hay todo un mundo que Albert va explicando mientras no para de moverse, todo él. Y encima las expresiones que utiliza para enumerar todo lo que penetra en el país: que si una borrasca por Galicia, que si el anticiclón desde las Azores, que si lo hace una baja que se ha formado en el golfo de Cádiz y que, cuando penetre en la Península, acabará formando una gota fría en Levante, y no digamos cuando lo que penetra es el polvo del Sahara... Hay que ver con qué frescura y dicharachez lo dice. Ahí ya no puedo más, querido Albert, no tienes derecho a utilizar esas palabras tan polisémicas que tanto nos enloquecen a los de Chueca y a nosotras.
Mirándolo bien veo algo bueno y algo malo. Lo bueno: por una vez y sin que sirva de precedente, no entramos en rivalidad, ni nosotras ni los de Chueca. Porque eso, queridos es letal. Rompí mi amistad con una amiga que trató de quitarme a mi chico. Y yo le dije: querida, eso no. Podemos tener cualquier discusión, puedo perdonarlo casi todo, pero eso ni de coña. Y, en serio, desde entonces ya no la he visto más, ni a ella ni a mi chico.
Lo malo: querido Albert, habla con los de la tv que te pongan una chaquetita tres tallas más grande o, qué sé yo, habrá que ponerte un velillo o, más fácil, que te saquen en un primer plano sólo de cintura para arriba, pero algo habrá que hacer. Es que no sé la de catarros que llevo por no prestar atención a lo que dices. Como no me entero, salgo a la calle sin paraguas, sin abrigo, creyendo que todo es primaveral y me engaño, algo que nunca antes me había pasado.
Toquinho: Aquarela